Nacionalistas y ultraizquierda, acojonados por si se les acaba el chollo, han puesto el grito en el cielo tras ver cómo es posible tocar la Constitución en 4 días. Y es que... es la Carta Magna la que abre la veda del despilfarro que supone tener una España descentralizada con cientos de Organismos Públicos en los que chupar del bote. Y eso un día se podría acabar si se ponen de acuerdo los 2 partidos que aglinan más de 20 millones de votos. Y no hay más.
A todo esto, desde Europa, comunidad a la que pertenecemos, nos felicitan.
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martes, 30 de agosto de 2011
miércoles, 3 de agosto de 2011
Empresas de Rating
En 1909 un tal John Moody fundó una empresa de calificación que es la que hoy dice qué empresas y qué países son de fiar. Esto se traduce en que si la empresa de Moody te califica bien, miel sobre hojuelas y si te califica mal la has cagado.
Evidentemente, después de un siglo de funcionamiento no podemos dudar de la reputación de la empresa de calificación. Sin embargo, cuando la decisión de una empresa influye de manera tan decisiva en los mercados financieros de todo el mundo, es difícil pensar en la buena fe. Y es que dentro de la objetividad con la que se califica un bien existen márgenes que pueden dar lugar a la nunca deseable especulación.
Hemos visto que si baja la calificación de la deuda pública de un país, el sistema financiero de este se tambalea y los títulos que se negocian en sus mercados bajan de precio. Por contra, si la calificación se mantiene o sube, los títulos suben. Por tanto, no es descabellado pensar que esa gente invierte su dinero a título particular y nada les cuesta rebajar una calificación con el fin de comprar valores y luego, pasado un tiempo prudencial, volver a la calificación anterior y entonces vender.
Mi conclusión es clara al respecto: Los pupilos de John Moody son los dueños de la economóa mundial. Que sean empresas privadas las que deciden el valor de las cosas es más que sospechoso. Lo normal es que fueran organismos internacionales los que se dedicaran a esto de las calificaciones.
Reconozco que en este punto no puedo decir aquello de "lo privado funciona mejor que lo público". Pero sólo en lo que se refiere a tareas de control voy a negar tan rotunda e intachable afirmación.
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Evidentemente, después de un siglo de funcionamiento no podemos dudar de la reputación de la empresa de calificación. Sin embargo, cuando la decisión de una empresa influye de manera tan decisiva en los mercados financieros de todo el mundo, es difícil pensar en la buena fe. Y es que dentro de la objetividad con la que se califica un bien existen márgenes que pueden dar lugar a la nunca deseable especulación.
Hemos visto que si baja la calificación de la deuda pública de un país, el sistema financiero de este se tambalea y los títulos que se negocian en sus mercados bajan de precio. Por contra, si la calificación se mantiene o sube, los títulos suben. Por tanto, no es descabellado pensar que esa gente invierte su dinero a título particular y nada les cuesta rebajar una calificación con el fin de comprar valores y luego, pasado un tiempo prudencial, volver a la calificación anterior y entonces vender.
Mi conclusión es clara al respecto: Los pupilos de John Moody son los dueños de la economóa mundial. Que sean empresas privadas las que deciden el valor de las cosas es más que sospechoso. Lo normal es que fueran organismos internacionales los que se dedicaran a esto de las calificaciones.
Reconozco que en este punto no puedo decir aquello de "lo privado funciona mejor que lo público". Pero sólo en lo que se refiere a tareas de control voy a negar tan rotunda e intachable afirmación.
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